La latina y la Cataluña profunda

Decidimos mi marido y yo vivir en un pueblo hace algunos meses, un pueblecito precioso de montaña con menos de 3 mil habitantes, el piso que encontramos allí para alquilar nos fue un chollo, tanto que me permitió mantener mi antiguo piso compartido en Barcelona, para los días en que necesitase bajar a la ciudad con la comodidad de poder dormir allí.

Por   Mariana Olisa, do Afroféminas

La recepción en el pueblo fue interesante, yo, tataranieta de africanos, indígenas y colonos brasileiros, con mi pelo voluminoso pasando por la transición y vestidos coloridos era objeto de miradas enigmáticas por la calle, miradas cuyos sentimientos por detrás serían imposibles de definir por un lego en el tema. Cierto día, subiendo nuestra calle en un junio caluroso, nos cruzamos con un grupo de chicas adolescentes que volvían a casa después de sus clases de secundaria. Me fusilaban con sus miradas sin pudor.

“Están celosas” susurró mi marido en mi oído, besándome el cuello al paso que las chicas se alejaban de nosotros. Lo impresionante seria si mi marido, un hombre blanco, nacido en aquella tierra, que nunca tuvo en la vida ninguna vivencia en una cultura distinta o sentido el prejuicio en la piel, comprendiese la complejidad de lo que había definido en aquel instante como “celos”.

No sé si mi descripción de la escena es suficiente para que alguien sin vivencia previa de este tipo de situación tan especifica pueda experimentarlo través de mis palabras. En un momento así, te sientes completamente desnudada. Desnudada de tus títulos académicos, victorias profesionales, desnudada de todo lo honroso que ya hayas logrado, de tu independencia, desnudada de todo mérito e inteligencia que hicieron que el hombre a tu lado se enamorara de ti, para volverte en la latina estereotipada que logró casarse con el europeo.

Antes de ser yo, allí era la extranjera, e independiente de mi país de origen, era latina, una negra joven de vestido ajustado y colorido. Lo suficiente para que las adolescentes se montasen su película.

Las miradas siguieron y hasta hoy, siguen, la que cambió, fui yo. Aprendí con el tiempo a saludar a la gente en la calle, cosa no muy confortable para mí, pero necesaria para existir en los pueblos. Con los saludos amistosos, muchas de las miradas se rompían en sonrisas contenidas, frente una u otra que prefería mantenerse cerrada a la extranjera que se había atrevido a migrar hacia la Cataluña profunda.

Yo como individuo, entiendo el peso de mis elecciones personales, y yo como mujer, negra y empoderada entiendo que es el momento de nuevas representaciones para que mis futuros hijos e hijas no hereden las mismas miradas y la maldición de sentirse extranjero en su tierra madre. Todas nosotras, nacidas aquí en España o inmigradas, deseándolo o no, seremos el activo para las próximas generaciones de una España donde haya negros y no mitos.

Que seamos los ejemplos reales que sustituyan poco a poco los estereotipos, donde el primer paso es concienciarnos de que ellos – los estereotipos – existen y son potencialmente hirientes y destructivos a nosotras mismas y a los nuestros

Autora: Mariana Olisa

Proyectista de comunicación

Master en Estrategia y Creatividad Digital por la Universitat Autònoma de Barcelona
Idealisadora del “Brasileiras em Barcelona” grupo que actualmente proporciona encuentros periódicos y visa el apoyo mutuo el los temas comunes enfrentados por las brasileñas que viven en Barcelona.
Enamorada permanentemente por las cuestiones de género, por el poder de la costumbre y todo lo que nos hace actuar como actuamos.

Nacida en São Paulo, Brasil. Viviendo en Barcelona hace 3 años.

Foto: https://es.pinterest.com/pin/553098397958089434/

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