Zamira es pequeña y se esconde tras una amplia sonrisa. Tan extensa como su permanencia en Chile. Cuenta que llegó hace seis años y que hace tres nacieron sus mellizos Luciano y Rubén, los que deambulan por la pequeña casa colgada en los áridos cerros de Antofagasta.
Trabaja como reponedora de alimentos, ya recibió su visa de residencia y sus hijos son auténticos chilenos. Los pequeños son parte de la segunda generación de afrodescendientes que asiste a jardines infantiles o a liceos, como parte del proceso de integración que recorren junto a sus padres. Los mellizos Luciano y Rubén asisten al jardín infantil Patroncito, del Hogar de Cristo.
En la casa de Zamira viven más colombianos, quienes llegaron a Antofagasta atraídos por los altos índices económicos que registra la región.
A Buenaventura, Cali o Palmira fueron llegando mensajes de familiares o amigos en Chile y se fue corriendo la voz de que “en Antofagasta hay trabajo”. Y el resultado es que la capital regional vive una abrupta invasión de colombianos. Una oleada que ha disparado las estadísticas.
Por ejemplo, en 300 por ciento aumentó la tramitación de visas de residencia por parte de ciudadanos de Colombia entre 2009 y 2010 en Antofagasta. Éstos constituyen el 40 por ciento de los inmigrantes que acuden a Extranjería a regularizar su situación legal, sólo desplazados por los peruanos (44 por ciento) y ya dejaron muy atrás a los bolivianos (13 por ciento).
Un total de 1.205 colombianos presentaron la solicitud de visa definitiva el año pasado, y en los primeros tres meses de 2011 hubo 640 casos. Fríos números para graficar la cálida y extrovertida migración de hombres y mujeres que buscan, en compañía de sus hijos, mejores ingresos y que en las calles no dejan de llamar la atención por su color de piel y manera de hablar y caminar. Un símil a lo vivido durante la explotación del salitre.
En blanco y negro Ingresan como turistas (por Chacalluta, Arica, o directamente en avión en vuelos procedentes de Lima) y se quedan a trabajar en actividades de baja especialización, que los nortinos ya no están dispuestos a realizar: servicio doméstico, aseo y construcción.
El alto ingreso per cápita de la II Región (23 mil dólares) y proyectos de inversión minera que superan los 56 mil millones de dólares en los próximos años son poderosos imanes para los inmigrantes.
“Ha sido difícil, pero era necesario, porque la situación no está bien. Una sobrina me habló de Antofagasta y llegué por acá. Me han tratado mal y bien, pero no me arrepiento de quedarme en Chile”, comenta Zamira, la pequeña morena de Buenaventura.
En calle Bolívar, casi esquina Matta, está el salón de belleza “Experty”. Allí trabaja Thais, una colombiana blanca, que pese al color de su piel ha sufrido las mismas penurias que sus compatriotas negros en siete meses de vida en Antofagasta. En el pueblo de Roldanilla, cerca de Cali, estudió enfermería, pero en el norte ha aprendido a maquillar o a hacer manicure para subsistir mientras espera una mejor posición.
Fonte: Territorio Chocoano