Por: Antumi Toasijé
Si todo el mundo verdaderamente supiera lo que pasó en torno al fuerte de Vertieres en la antigua Cap Français actual Cap Haitian hace algo más de doscientos años, tal vez no hubieran muerto tantas personas bajo los calamitosos escombros de un sueño planetario. Turistas de todo el mundo harían colas kilométricas, para entender cómo empezó a forjarse el mundo contemporáneo y para dar gracias a los héroes haitianos por acabar con la esclavitud. Sólo con el beneficio turístico de ese reconocimiento se habría construido un estado sólido a prueba de temblores de tierra, además, nadie habría osado chantajear a los haitianos con indemnizaciones a punta de pistola. En Vertieres un 18 de noviembre de 1803, el Vizconde de Rochambeau mantenía la desesperada posición francesa, comandando unas diezmadas tropas napoleónicas, la élite de su tiempo quizás sólo comparables a los marines actuales. La tropa estaba desalentada y temerosa porque hacía meses que se habían dado cuenta de un fenómeno excepcional de la historia, los hombres y mujeres que han ganado su propia libertad son lo más parecido a semi-dioses imbatibles.
Las tropas francesas, a las puertas de los fuertes sitiados de Haití, relataron la experiencia, llenos de admiración y de reconocimiento porque ellos también habían sido revolucionarios que morían por el sueño de un mundo más justo. Los franceses lanzaban una andanada y abrían una vía en medio de la masa humana, pero enseguida otros, sin temor, llenaban el hueco dejado por las balas de cañón y entre cánticos ancestrales africanos proseguían la marcha, descalzos, con la ropa hecha jirones, envueltos en sudor y sangre.
Se dice que aquello había empezado un 14 de agosto de 1791, en Bosque Caimán, un grupo de esclavizados y libres liderados por el sacerdote de Vudú Boukman, nacido en Guinea y esclavizado en Haití, auto – liberado y digno sucesor del cimarrón Mackandal, se juramentaron para acabar para siempre con la opresión infinita de los blancos. Haití, la colonia más productiva de la historia de América, exprimía la sangre de 400.000 africanos y la convertía en azúcar para consumo de las crecientes burguesías europeas. La maquinaria extraordinaria funcionaba gracias al fomento de las guerras en África, el secuestro de cautivos y un sistema de producción que desconocía por completo la palabra humanidad. La extrema crueldad de los esclavizadores en los campos e ingenios azucareros hacía el resto. La esperanza de vida de los secuestrados desde su llegada a América, desde tierra natal en los reinos que circundaban Dahomey, apenas llegaba a los ocho años. El nunca suficientemente reconocido historiador C. R. L. James nos recuerda que quienes sobrevivían a una vida de brutalidad constante, de dieciocho horas de trabajo diarias, de invariables malos tratos, de sádicos abusos, de separaciones de familias, de mutilaciones, de humillaciones de toda clase, eran en ocasiones, en pago a una vida de entrega, devorados por mastines en plazas públicas montadas al efecto para deleite morboso de las clases altas. Los mayores o impedidos, acababan entre las fauces de canes entrenados para comer carne humana.
Héroes haitianos, héroes anónimos y héroes con nombres. El doloroso y largo proceso liberador tuvo el mejor de los líderes posibles, Toussaint L”Ouverture un ex – esclavizado, un genio lleno de compasión y de convicción, Toussaint el abridor de caminos, de quien se dijo que no descansaba, aseguraba que se iba a dormir y salía por la ventana, de noche, a supervisar sobre su caballo la situación de los destacamentos de insurrectos en las poblaciones vecinas. Redactaba varias cartas a la vez, vencía a España y a una Gran Bretaña que se abalanzaba sobre una presa que le parecía fácil. Recibía a las delegaciones francesas tratando a los emisarios con exquisito gusto. Se asociaba con unos o con otros, maquinaba y arengaba, avanzaba paso a paso, inteligentemente hacia la solidificación de la única revolución de esclavizados victoriosa de la historia. Finalmente traicionado por una Francia ingrata que le había jurado mantener la libertad de los esclavizados, para intentar reinstaurar la esclavitud una y otra vez, a la mínima oportunidad. Murió de frío abandonado, prisionero, en el alpino Fort de Joux el 8 de abril de 1802. Por suerte cuando una revolución es verdadera no depende de un único líder, en Vertieres, Jean-Jacques Dessalines culmina el descomunal proceso, los más desposeídos de la tierra, los esclavizados se levantan como gigantes y expulsan al ejército más avanzado de su tiempo.
Mueren desde 1791 hasta 1803, 100.000 africanos y 20.000 europeos, sembrando una semilla de libertad que contagiará a toda América y que significará, no sólo la caída de todas las colonias una a una, sino el inicio del fin de la esclavización legalizada, una institución con milenios de existencia que parecía consustancial al ser humano e imposible erradicar.
Pero toda buena historia tiene su epílogo. La introducción la tenemos en el castillo-ciudadela Laferrière, declarada por la UNESCO patrimonio de la Humanidad. Una descomunal mole de piedra erigida en 1805 por el haitiano Rey Henri Christophe ante la posibilidad de un nuevo ataque francés a la parte occidental de la isla “La Española”. Los franceses, observando la silueta de la imponente estructura, humillados por los que consideraban salvajes semi – bestias, decidieron atribuir la victoria africana al satanismo que vinculaban al Vudú. En un último gesto de arrogancia exigieron a la antigua colonia el pago de una millonaria indemnización por la pérdida de negocio de los antiguos esclavizadores. Y sorpresivamente, Haití pagó 60 millones de francos de oro moneda a moneda, religiosamente. El país más empobrecido de América, terminó de pagar en 1947 una suma que según se ha calculado actualmente correspondería a cerca de veintiún mil millones de dólares. Para pagar dicha deuda, a partir de principios del siglo XX, y especialmente con las dictaduras de los Duvalier, Haití se endeudó con la banca internacional, principalmente norteamericana hipotecando por completo el futuro del país. Para hacerse una idea, en el momento de mayor endeudamiento, el 80% del presupuesto del pequeño estado caribeño iba al pago de la deuda.
Al final de la era de los dictadores Duvalier, padre e hijo, las catastróficas medidas de ajuste estructural impuestas por el Fondo Monetario Internacional habían arruinado el campo y habían provocado un éxodo masivo a las ciudades, a esta etapa le siguió un agitado período de golpes militares orquestados desde Estados Unidos en defensa de una creciente industria de chocolatinas ultra – calóricas y adictivas chucherías. Sorpresivamente, en un momento de despiste en que los norteamericanos están enfrascados en su proyecto de debilitar Irak, un sacerdote católico de apariencia frágil, Jean Bertrand Aristide gana la presidencia en las verdaderamente libres elecciones de 1990 con el 67% de los votos. Sin embargo, vista su política cercana al pueblo es pronto depuesto con apoyo de la administración de Bush padre y empujado al exilio en Venezuela. La manipulación norteamericana de Haití había empezado con la ocupación militar iniciada en 1915 que no terminó hasta 1934.
Los militares norteamericanos hicieron acto de presencia movidos por los banqueros que buscaban asegurar los pingües beneficios de la deuda del país. Al tiempo buscaban deshacerse de la molesta y creciente influencia alemana en Latinoamérica ya que los germanos controlaban el comercio haitiano y amenazaban con ahogar el boyante negocio de la Haitian American Sugar Company. La caída de Bush en 1993 supuso un cambio en las tornas políticas haitianas, Bill Clinton decide apostar por el popular Aristide. Cercano al pueblo y panafricanista, Aristide regresa de su exilio y finaliza su mandato disolviendo el ejército causa de gran parte de los males de Haití y se retira tras cumplir los 2 mandatos constitucionalmente preceptivos. Tras la presidencia intermedia del también progresista René Prevál, Aristide regresa al poder en 2000 y retoma las políticas reformistas. El líder del movimiento Lavalas aumentó severamente el acceso de la población a la sanidad y la educación, elevó sensiblemente los niveles de respeto a los Derechos Humanos, duplicó el salario mínimo, promovió una reforma agraria que benefició a los pequeños propietarios, mejoró la industria pesquera fomentando la autonomía de los pescadores, impulsó una red alimentaria de bajo coste e intentó con poco éxito acabar con la corrupción de la clase política haitiana. Quizás su mayor error fuese su sentido de la justicia. Haití, la tierra de los héroes anti – esclavistas, estaba arruinada por el pago de una indemnización injusta a Francia. Este quebradizo hombre se hizo eco de las disposiciones de la Corte Penal Internacional que decretaba en Roma en 2000 que la esclavitud es un Crimen de Lesa Humanidad que no prescribe, por tanto no tenía sentido pagar por ser libres, más bien los esclavizadores deberían haber indemnizado en su día a los esclavizados.
Ni corto ni perezoso Aristide decidió presentarse en cada evento del 200 aniversario de la muerte de Toussaint, con un balance actualizado de la deuda, concretamente 21.6851135.571,48 dólares estadounidenses. No le importaba quien estuviera delante, lo mismo un presidente francés que uno norteamericano y esto es bastante más de lo que necesitan dos lobos enemistados para repartirse un cordero. Aristide será secuestrado el 1 de marzo de 2004, metido en un avión norteamericano y enviado al exilio en Sudáfrica, donde permanece hasta la actualidad.
La deuda de Francia con los héroes de la única revolución en la historia de la humanidad que supuso el fin de la esclavitud, es de tal magnitud que equivale a todo su producto interior bruto de un año y esto, seamos sinceros, sólo puede suponer un cataclismo para Europa. Porque, ¿si se le debe esto sólo a Haití qué no se le deberá a todos los africanos? Tal vez si Aristide hubiera sabido lo que se supo en enero de 2008, hubiera esperado un poco para reclamar lo que en justicia Haití merece. Porque el penúltimo acto de la tragedia haitiana se gesta bajo su suelo y bajo el mar territorial; en Plaine du cul-de-Sac, Artibonite, Plateau Central, y en el golfo de Gonave donde pugna por salir el tan codiciado petróleo.Desastres y calamidades como estos terremotos todavía se atribuyen en occidente, petit comité, a la incapacidad de los africanos para gestionar la macro-economía y construir estados arquitectónicamente e institucionalmente sólidos, desde luego hay que decir que tenemos una evidente incapacidad para exigir manu militari lo que nos corresponde. Porque la maldición de Haití no es el supuesto pacto satánico de los oficiantes de Vudú para exigir libertad a los Loas. La ruina haitiana y africana es que bajo nuestros pies no deje de crecer el oro, el petróleo, el coltán y los diamantes, el azúcar, el cacao, el café, la madera, la pesca… atrayendo a los más codiciosos y violentos de la tierra sobre nosotros y provocando el olvido y la ruina de los héroes que nos defienden.
Fonte: Lavangardia